¿La forma… es fondo?
Bulmaro Pacheco
Domingo 3 de noviembre de 2024
No lo queríamos creer, pero cuando se afirmaba que estábamos viviendo una degradación de la política, algunos pensaron que era una exageración, que se trataba de augurios chocarreros esparcidos por los desplazados del poder con la malvada intención de desacreditar a los que habían llegado a nombre del cambio y la transformación.
Pero, eran varias las señales que permitían aseverar tal degradación, como la crisis de la acción política basada en ideas y convicciones, por ejemplo.
Antes, primero se servía a la gente y después se buscaba representarla en cargos de elección popular, cuando ya se había construido una base social amplia que sirviera de apoyo para las aspiraciones de quienes buscaban la representación política. Luego, las ideas y convicciones pasaron a segundo término para dar paso al oportunismo, la búsqueda del interés personal y el intercambio de lealtades por expectativas de futuro, con seguros incluidos.
Ahí empezó la degradación, cuando la política se convirtió en una aventura y no en una oportunidad de servicio a la gente.
Ese problema se fue arraigando con las alternancias de partido en el poder en municipios y entidades federativas. A los partidos que llegaban al poder a nombre del cambio no les alcanzaba para completar cargos y responsabilidades en las administraciones públicas, y siempre encontraban voluntarios dispuestos a servirles a cambio de abdicar de sus anteriores partidos.
Quien mejor explicaba el fenómeno era Porfirio Muñoz Ledo, cuando al inquirírsele sobre su cambio del PRI al PARM, después al PRD, PT y Morena decía que no cambiaba de convicciones ni de ideas sino de partidos, y que la lucha por la democracia seguía siendo su principal bandera de lucha. Así vivió. Así murió.
La ruptura ocurrida en el PRI en 1988, con motivo de la salida de Cuauhtémoc Cárdenas, Ifigenia Martínez y el mismo Porfirio, dio lugar en mayo de 1989 a la fundación del PRD, que trató de aglutinar a la mayoría de las izquierdas, debutó en la elección intermedia de 1991 con un 7.91% de la votación y el 27.71% en 1997, pero entró muy pronto en conflicto porque casi nunca pudo resolver una elección de dirigencia nacional en paz y unidad política.
Cuauhtémoc Cárdenas, su primer presidente nacional, le pasó la estafeta a Porfirio Muñoz Ledo, y éste a su vez a Andrés Manuel López Obrador. De ahí en adelante vinieron los conflictos por la dirigencia nacional, que terminó con casi todos los ex dirigentes nacionales del PRD fuera del partido, desde Cárdenas a Guadalupe Acosta Naranjo. La mayoría de los militantes del sol azteca vaciaron a su partido cuando López Obrador —inconforme con las negociaciones de Pacto por México— decidió apostar por la fundación de otro partido: Morena.
Ahí se agudizó el declive del PRD, que terminó perdiendo el registro nacional en la elección del 2024.
La crisis del PRI se expresó con mayor fuerza en la ruptura de 1988, que le costó 6 millones de votos para la candidatura presidencial de Cárdenas. Se presentan algunas escisiones y renuncias provocadas por el asesinato de Luis Donaldo Colosio en 1994, algunos priistas le aceptan cargos en la administración pública al presidente Vicente Fox y varios dirigentes de organizaciones sociales priistas empiezan a hacer de las suyas prolongando sus liderazgos ya sin el control presidencial (ya no secretarios generales, sino presidentes) y negociando con el poder en turno.
Ya sin un presidente que mande señales, se alteran los procedimientos para la selección de gobernadores, y la dirigencia nacional del PRI tiene que hacer pacto con ellos para la selección de candidaturas a todos los niveles. En la mayoría de los casos —salvo excepciones— logran la candidatura aquellos que los gobernadores recomendaban a la dirigencia nacional, casi siempre incondicionales.
Del 50.74% de la votación en 1988, el PRI pasó al 48.9% en 1994, bajó al 36.11% en el 2000 y al 22.2% en 2006. Sube al 38.21% con Enrique Peña Nieto en 2012, baja al 16.4% en 2018, hasta llegar al 11% en 2024. Ese bajón en los porcentajes de votación ha provocado que sus adversarios conspiren y anuncien su probable desaparición como le pasó al PRD.
El PRI perdió la tutela presidencial en el 2000, y a partir de allí todo fue cambiando. Los primeros que brincaron fueron los aspirantes inconformes, que no lograban las candidaturas a los gobiernos estatales por decisiones de quienes desde el poder —ya sin presidente de la República que mediara— querían heredar los cargos a sus allegados y con el desaseo de los procesos. Muchos priístas se fueron por eso: Monreal, Cota, Sánchez Anaya, Torreblanca, Salazar, Malova, Aguirre, Yunes, etcétera, y triunfaron con otros partidos.
Se creyó que con Peña Nieto el partido se iba a reformar, pero éste falló y se perdió en la frivolidad y la corrupción.
Un ex priista, Dante Delgado, ex gobernador de Veracruz, forma su propio partido político, Convergencia en 1996, participando en el 2000 en su primera elección. Convergencia se convierte en Movimiento Ciudadano en 2011 y en la elección presidencial del 2024 logra 5.8 millones de votos: el 10.4% de la votación nacional.
La ex priista y ex dirigente nacional del SNTE, Elba Esther Gordillo, funda su propio partido con la base magisterial en el 2005, y mantiene su registro nacional hasta el 2018 quedando como el PRD, solo con registro local en algunas entidades.
La irrupción de Morena en el escenario político nacional cambió el panorama político de México. Jaló a ex panistas y ex priistas, sumó a disidentes de otros partidos y logró una mayoría apabullante de votos en la elección presidencial del 2018. Para dar un solo ejemplo, en Sonora, Morena logró el 3.74% de la votación en 2015, pasando al 40.86 % en el 2018 y el 63.9% en 2024. Aquí sí se comprueba que captó votos no solo de quienes antes votaban por el PRI, sino también del PRD y el PAN —que 9 años antes había dejado la gubernatura en manos del PRI.
Con el tiempo fueron apareciendo sorpresas políticas que revelaban no solo las razones del éxito de Morena en estados y municipios: Ex gobernadores del PRI y el PAN que anunciaban su repentina colaboración con Morena y su presidente; diputados, senadores y legisladores locales que repentinamente anunciaban su defección del PRI, PAN, PRD o MC para pasarse a las filas de Morena y aportar elementos para lograr mayorías legislativas; y dirigentes de organizaciones nacionales que de improviso se dieron cuenta que ahora les convenía participar en Morena.
Todo eso nos ha llevado a lo que actualmente estamos viviendo: La degradación vía la caricaturización de la política.
Las prisas por legislar al vapor, sin revisar —¡ni leer!— los proyectos legislativos; la compra de lealtades para lograr mayorías calificadas; los ataques despiadados contra los organismos que representan contrapesos del poder, como la Suprema Corte de Justicia; la apropiación oficial desaseada del INE y del Tribunal Federal Electoral; la ausencia de diálogo y comunicación entre las partes involucradas; y el desprecio cada vez más visible por el 45% de los ciudadanos que no votaron por Morena en el pasado proceso electoral.
¿A dónde nos llevará todo esto?, ¿Qué significa para México y sus ciudadanos una andanada política que, a nombre de una supuesta transformación, destruye las instituciones y lo logrado en los últimos 30 años? ¿Hacia dónde nos encaminamos? Por ahora nadie, ni los oficialistas oficiosos lo saben. Esa es la desgracia.