domingo, diciembre 28, 2025

Gilberto Otero Valenzuela / Bulmaro Pacheco

Fecha:

Gilberto Otero Valenzuela

Bulmaro Pacheco

Domingo 28 de diciembre de 2025

Conocí a Gilberto Otero a principios de la década de los sesenta del siglo pasado. Era el encargado de llevarle a diario alimentos a doña Monchi, una anciana cercana a su familia que padecía ceguera y que era vecina de nuestra casa en Huatabampo.

Gilberto —apenas de 11 años; había nacido el 25 de noviembre de 1951 en Huatabampo— ya daba muestras de su facilidad para comunicarse y establecer relaciones.

A diario, Gilberto tenía que salir de su domicilio en Galeana 203, pasar por la esquina donde un tiempo estuvo la Junta de Caminos, contra esquina del almacén mandado a construir por el presidente Álvaro Obregón, en sociedad con Ignacio Ruiz Rábago en 1923, para almacenar garbanzo.

Seguía la ruta por la calle Allende, que lo llevaba de la Sociedad Mutualista Hidalgo (ya desaparecida) a la tortillería de la familia Kawano (hoy clínica Benítez), pasando frente al Instituto Gutiérrez (hoy refaccionaria Meléndrez), para cruzar la calle Guerrero hacia la casa de Ramón Uribe (hoy Oxxo y terminal de Albatros), frente a una propiedad de doña Blanca Ibarra de Káram (hoy terminal de los Mayitos) y la de la familia Manríquez (hoy en ruinas), frente al taller de carrocería del recordado Mario “El Sopas” Cázares (hoy casa particular),frente a la casa de Cayo Alcántar, para llegar al hogar de doña Monchi, en su tiempo propiedad de la familia Velderráin, que hoy ocupa en su totalidad una sucursal del Banco Banorte, ubicada frente al negocio Tecnopartes en Allende y 16 de septiembre.

Gilberto fue el segundo hijo de Francisco Otero Camacho y María Emilia Valenzuela Quintana; a la primogénita, Carmen, le siguieron Gilberto, Carlos, Enrique, Juan Adolfo y Rubén Rosendo. Por su origen familiar, tanto su abuelo Gilberto (1868–1941) como su padre (1912–1979) dieron muestra de formarse en la cultura del esfuerzo, trabajando en Choix, Sinaloa; en Santa Rosalía; y en Huatabampo, tanto en la pequeña minería como en la administración municipal y en un taller mecánico ubicado en terrenos de la familia de Rosendo Serna.

Gilberto fue sobrino de José Albino Valenzuela, sastre y músico, fundador del grupo Los Melódicos, y de Rosa Quintana, legendaria luchadora social y líder de las trabajadoras de la empacadora del Noroeste de la CTM.

Sobrino también de las hijas de Gilberto Otero y Juana Camacho: Rosita de Velderráin, Tebita de Guisado y Carmelita de Fregoso, propietaria durante muchos años de la recordada Academia Comercial Otero, donde se formaron —como secretarias y contadores privados— incontables cuadros para las empresas locales.

Entre 1957 y 1963, Gilberto cursó la primaria en la escuela Álvaro Obregón, cuando la dirigía el profesor Roberto Aja.

Realizó sus estudios de secundaria entre 1963 y 1966 en la Escuela Secundaria Estatal número 17, y la preparatoria en Navojoa, en la Unidad Regional Sur de la Universidad de Sonora, de 1966 a 1969.

Tanto al terminar la secundaria como la preparatoria, Gilberto, como todo estudiante de la región sin recursos para seguir adelante se planteó la pregunta inevitable: ¿qué sigue?

No tenía dinero para cubrir los costos asociados a estudios fuera de su lugar de origen y, como a muchos, solo le quedaba la opción de trabajar para estudiar. Desde un principio trabajó vendiendo cachitos de lotería, boletos para las rifas universitarias, lavando platos, como acomodador de botellas de vino, dando clases particulares, en labores agrícolas, pintando mesabancos, como gerente de tienda, entre otros oficios.

En un inicio, su familia le planteó la posibilidad de ingresar a la academia comercial de su tía, señalándole casos de éxito de familiares que se habían formado allí y que ya contaban con un buen empleo. Gilberto rechazó esa opción y partió a Hermosillo con 300 pesos en la bolsa para buscar inscribirse en la Universidad de Sonora.

Ingresó en 1969 a la Escuela de Derecho y de inmediato buscó trabajo como profesor —en el Instituto Soria y otras escuelas del nivel medio superior— para sostenerse.

Durante su formación profesional trabó amistad con abogados como César Tapia Quijada, Rogelio Rendón y Jesús Enríquez Burgos. Se fogueó políticamente con el delegado nacional del PRI —en tiempos del gobernador Alejandro Carrillo Marcor—, Mario Vargas Saldaña, quien lo motivó a buscar espacios en la dirigencia juvenil del PRI, cuando el presidente del CDE era Enríquez Burgos, en la elección de 1976. Sin embargo, fue en esa elección cuando lo propusieron como octavo regidor suplente (de Paco de Paula García Corral) en la planilla del Dr. Ramón Angel Amante para Hermosillo.

Fue su amigo Alfonso Molina Ruibal quien lo invitó como segundo de a bordo de la Secretaría de Gestión Social del PRI estatal, al tiempo que se desempeñaba como delegado del partido en algunos municipios. Molina y Otero se habían conocido en el INJUVE. También incursionó con un despacho particular de abogado.

Ninguno de los personajes poderosos del gabinete del gobernador Samuel Ocaña apostaba por él para dirigir el CREA (Consejo de Recursos para la Atención de la Juventud) en Sonora, pero Ocaña lo prefirió y dirigió el organismo juvenil durante varios años.

En el PRI su carrera tomó rumbo ascendente. Ocupó diversos cargos: secretario de Acción Electoral, presidente de la Comisión  de Procesos Internos, secretario general del CDE, dirigente estatal de la CNOP y presidente del Comité Municipal del PRI en Hermosillo.

En 1994 perdió por 38 votos la elección en un distrito local de Hermosillo, pero por ley alcanzó la diputación plurinominal y permaneció en el Congreso local de 1994 a 1997.

En el gobierno de Beltrones recibe la patente de notario público.

Aspiró a la presidencia municipal de la capital en el año 2000 pero se disciplinó ante la candidatura de Angelina Muñoz.

Ha sabido combinar con éxito el trabajo partidista, con sus labores como notario público, profesor y polemista de buen nivel en defensa siempre de su partido, el PRI.

Su presencia constante en los medios de comunicación —para comentarios políticos y culturales, y también para la defensa del partido cuando ha sido necesario— lo convirtieron en un personaje político polémico, siempre presente en los debates en el escenario político sonorense.

Gilberto Otero ha resistido en su militancia partidista como los buenos. Ha sido testigo y actor de los principales cambios ocurridos en la política mexicana y sonorense de los últimos 50 años. Ha sabido sortear las crisis de su partido y lidiar con eficacia y respeto a quienes piensan diferente. Fiel a sus principios y convicciones, leal también a la masonería —donde ostenta el máximo grado, el 33—, es un creyente radical de la libertad de conciencia y de la pluralidad del pueblo mexicano.

Al respecto, en “los 33 cuentos del aprendiz masón”, un libro de su autoría señala: “La masonería te hace progresar al añadir trascendencia a la sobrevivencia, encontrando en la libertad de conciencia los espacios que permitan desarrollar la vida superior de los individuos y convertirse en la especie dominante de la tierra; de ahí su gran responsabilidad para con la especie humana”. En su decálogo filosófico sostiene: “ser el observador presente que decide, entre el ayer que estudia y el futuro que imagina no ser custodio del pasado, ni enemigo del futuro”.

Larga vida para quien ha sabido combinar la congruencia de su militancia política, con sus convicciones y creencias al servicio de las causas que ha defendido toda su vida. Gilberto Otero Valenzuela, genio y figura.

bulmarop@gmail.com

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