Columna Olor a Dinero
Por: Feliciano J. Espriella
Lunes 17 de noviembre de 2025
Los accidentes pueden ser inevitables. Las tragedias no (3): la omisión como política de Estado
La explosión en Waldo’s Hermosillo no fue un accidente. Fue el desenlace de un sistema estatal que reacciona bien, pero previno mal. En Sonora, el reto ya no es atender tragedias: es impedirlas.
Ningún transformador explota solo. Antes de cada chispa hay una cadena de permisos, firmas y silencios. Y esa cadena, en Sonora, termina en el Estado.
La explosión e incendio dentro de la tienda Waldo’s en Hermosillo —con saldo de 24 muertos y decenas de heridos— no fue un accidente fortuito. Fue la culminación de omisiones previsibles: inspecciones incompletas, supervisión deficiente y un sistema de protección civil que reacciona bien, pero previene mal.
En una ciudad marcada por la memoria del incendio de la Guardería ABC, la historia se repitió con una crueldad que roza el absurdo. Dos tragedias separadas por dieciséis años, unidas por la misma falla estructural: el Estado que mira sin ver y actúa cuando ya no hay nada que salvar.
La prevención fallida
La vigilancia en materia de seguridad correspondía a las dependencias estatales de Protección Civil y áreas técnicas del Ejecutivo. Esa línea de mando —inspectores, directores, funcionarios responsables— debía garantizar que no existiera riesgo para el personal ni para el público.
No lo hizo.
El transformador estaba dentro del inmueble, sin medidas de aislamiento ni protocolos de emergencia. Nadie lo consideró irregular. Nadie lo clausuró.
La tragedia no ocurrió por falta de leyes, sino por exceso de complacencia. En Sonora —como en buena parte del país— las inspecciones son procedimientos burocráticos, más atentos a cubrir formatos que a prevenir desastres.
Reacción rápida, prevención lenta
El gobernador Alfonso Durazo actuó con rapidez y sensibilidad: atención inmediata a víctimas, investigación, renuncia del titular de Protección Civil y revisión de protocolos. Fue una reacción oportuna.
Pero la prevención falló mucho antes.
Un sistema que depende de órdenes posteriores al desastre no es un sistema: es un paliativo. Lo que hoy está en juego es la credibilidad del Estado como garante de la seguridad ciudadana.
La falla estructural del poder
La raíz del problema no es técnica, sino política.
En México, los titulares de Protección Civil suelen ser nombrados no por su preparación, sino por conveniencia. En demasiados casos, el cargo se entrega como premio de consolación a quienes perdieron una candidatura o necesitan un lugar en el gabinete. Así, áreas que deberían estar dirigidas por expertos terminan en manos de improvisados que confunden un simulacro con un acto protocolario.
Esa cultura del favor político degrada la función pública y trivializa la seguridad ciudadana. Si quien dirige la prevención no tiene idea de lo que debe prevenir, el sistema entero se vuelve decorativo. La falta de conocimiento técnico se traduce en dictámenes superficiales y una cadena de mando que no distingue entre una alarma real y una foto para redes sociales.
Además, las áreas de Protección Civil carecen de autonomía técnica y dependen de criterios políticos o de intereses empresariales. Las inspecciones se agendan por calendario, no por riesgo; los sellos se estampan por costumbre, no por convicción.
En este esquema, la negligencia no es un error: es una cultura administrativa. Mientras los puestos clave sigan siendo designados por afinidad o conveniencia, la prevención será una promesa incumplida.
La oportunidad política
Este caso ofrece al gobierno estatal la posibilidad de romper ese ciclo. Durazo puede marcar diferencia si impulsa una reforma profunda: autonomía técnica para Protección Civil, responsabilidad solidaria entre funcionarios y propietarios, y un registro público de inspecciones reales, no simuladas.
No se trata de mejorar protocolos, sino de devolverle al Estado su función básica: cuidar la vida.
Conclusión
Sonora tiene la oportunidad de romper con el ciclo fatal que une a la ABC y a Waldo’s.
Ambas tragedias nacieron del mismo mal: la omisión institucional.
De cómo actúe el gobierno dependerá si la historia vuelve a repetirse.
Porque las tragedias no se heredan, se fabrican.
Y su origen casi siempre está en la negligencia del poder.
En México, los accidentes pueden ser inevitables. Pero las tragedias —cuando el Estado elige no ver—, jamás.
Por hoy fue todo. Gracias por su tolerancia y hasta la próxima.
