Olor a dinero
Por: Feliciano J. Espriella
Miércoles 8 de octubre de 2025
¿Sobre cuántos ladrillos sobreviene el mareo?
Hay dos tipos de mareos que suelen provocar las alturas.
El primero es físico: la persona se siente inestable, pierde el equilibrio y, en casos extremos, el vértigo la paraliza.
El segundo es emocional: ocurre cuando el ascenso —no necesariamente a la montaña, sino al poder o al dinero— le nubla el juicio a quien sube.
En este tipo de mareo, la persona:
•Se comporta con ínfulas: exhibe una vanidad excesiva, arrogancia o presunción.
•Pierde la humildad: olvida sus orígenes y la situación que tuvo antes de subir.
•Se siente superior: trata a los demás con desdén o distancia.
A este mareo —el emocional— me refiero en esta entrega. Suele ser frecuente entre quienes, al escalar posiciones de poder, riqueza o ambas, adoptan actitudes que contrastan fuertemente con la mayoría de sus pares. En su nueva altura, se olvidan incluso de aquellos que alguna vez les tendieron la mano o les tuvieron alguna consideración.
Es el caso de dos integrantes del actual Congreso de Sonora: María Eduwiges Espinoza Tapia (Vicky) y Omar Francisco Del Valle Colosio, actual y anterior presidentes de la Mesa Directiva.
De ellos, en realidad, me importaría un bledo si hoy se sienten la mamá y el papá de los pollitos… salvo por un pequeño detalle: viven del erario, o sea, de nuestros impuestos, y se supone —solo se supone— que representan a la población que los eligió. (Aclaro: yo voté por Vicky).
No me lo contaron, lo viví en carne propia. Ambos, en dos ocasiones distintas, me mandaron —como decimos en buen mexicano— “por un tubo”, cuando intenté que me concedieran unos minutos de su valioso y limitado tiempo.
Y aunque en el caso de Vicky sí he escuchado comentarios poco amables —compañeras de su bancada la describen como una persona, irascible, de muchas ínfulas y actitudes despóticas—, lo cierto es que decepciona ver cómo, apenas subieron un par de peldaños, se marearon con su propio humo.
Pasaron de ser, como alguna vez escribí, políticos sencillos, humildes, con espíritu de servicio y ejemplo de lo que el país necesita, a formar parte de esa élite de personajes ante los cuales parece obligatorio rendir pleitesía, llenar formularios infinitos para solicitar la limosna de unos minutos y entrar de rodillas a sus recintos.
O quizá me equivoco.
¿No será que presidir el otrora “H. Congreso del Estado” —el otrora va solo por la H— es comparable a una secretaría del Gobierno Federal?
¿O tal vez a dirigir un organismo internacional, tipo la OEA o la ONU?
De ser así, les ofrezco disculpas… por no haberme quitado el sombrero.
Lo verdaderamente lamentable es que quienes ostentan posiciones de representación popular no solo sean descorteses, sino que carezcan del mínimo valor civil para decir “no” de frente.
Hubiera entendido —y hasta respetado— que el diputado de ilustre apellido tuviera lo que Doña Xóchitl Gálvez presume tener de sobra y me dijera él mismo que no tenía tiempo. Pero no: prefirió, junto con su corte de achichincles, enterrar la cabeza como el avestruz y fingir que no existo.
Me viene a la memoria una experiencia distinta, con otro desenlace.
En la legislatura anterior, cuando Natalia Rivera Grijalva presidía la Mesa Directiva, le pedí una cita. ¿El resultado?
Ella misma me atendió —no me mandó, como Colosio, a “coordinarme” con su asistente—. Me recibió un par de días después, puntual, amable y por más de treinta minutos.
Así es la vida: cuando se tiene clase, se tiene; y cuando no, pues no.
Ya lo dice el refrán español: “Lo que natura no da, Salamanca no presta.”
Por hoy fue todo. Gracias por su tolerancia y hasta la próxima.
