¿Dónde quedó Félix Zuloaga?
Bulmaro Pacheco
Domingo 6 de julio de 2025
En 201 años, Sonora ha dado cinco Presidentes de la República: Félix Zuloaga, Adolfo de la Huerta, Álvaro Obregón, Plutarco Elías Calles y Abelardo L. Rodríguez. De todos ellos, solo está sepultado en Sonora, Álvaro Obregón: ¿Donde reposan los restos mortales del resto?
El histórico panteón del Tepeyac —fundado en 1660 y reinaugurado en 1865—, está situado en el cerro del mismo nombre que está atrás de la Basílica de Guadalupe. Se trata de un cerro partido en dos por la avenida Cantera que hace esquina con la calzada de los Misterios.
La mitad de atrás —la más baja del cerro— es el lugar señalado de las apariciones de la Virgen de Guadalupe a Juan Diego, y el que limita y se conecta con la Basílica, la alta alberga el célebre panteón virreinal.
El panteón se encuentra prácticamente cerrado -por la puerta y las escaleras que dan a la Basílica- para todos aquellos que no sean parientes de los difuntos. El que desee entrar debe conseguir un permiso especial de la Oficina de Panteones de la alcaldía Gustavo A. Madero.
Para ingresar hay que rodear y entrar por la calle Quintana, formada por una pendiente rodeada de pequeños comercios y casas conectadas a la puerta trasera del panteón, donde la vigilancia está representada por un guardia uniformado sin armas y entrado ya en años, que se jacta de trabajar 24 horas corridas intercaladas con un día de descanso.
Su caseta es una pequeña carpa de madera de ocho metros cuadrados llena de estampas del Sagrado Corazón y la Guadalupana, y decorada con un camastro armado de una vieja tabla con cojines destripados de hule espuma amarillento, quizá de un viejo sillón abandonado.
Para garantizar la vigilancia del inmueble y evitar que pandilleros o ladrones de tumbas lo invadan: “Habiendo trabajado en funerarias, bancos, cantinas y panteones, he llegado a la conclusión de que me inspiran más miedo los vivos que los muertos”; señala con ironía el guardia, serio y curioso, que responde a la pregunta de “si no le causa miedo” dormir cada tercer día entre los más de mil quinientos muertos que pueblan uno de los panteones de mayor tradición histórica de México.
Como espacio de historia, el panteón ha llamado la atención de propios y extraños. Ahí se encuentran los restos de muchos mexicanos, ilustres unos y controvertidos otros, por lo que el inmueble ha sido declarado monumento histórico y su operación está regulada tanto por el gobierno de la Ciudad como por el Instituto Nacional de Antropología e Historia.
Olvidada entre la hojarasca y la humedad, por una pequeña colina que bordea escalinatas entre enredaderas y zacate seco, destaca la tumba del general Bernardo Reyes (1850-1913) —padre de Alfonso Reyes—, ex gobernador de Nuevo León y Jefe del Ejército con Porfirio Díaz. Murió en febrero del 1913 al querer tomar a caballo el Palacio Nacional en los inicios de la llamada “Decena Trágica”.
Hacia el centro del predio se encuentra ubicada la tumba de Delfina Ortega de Díaz, sobrina y esposa de Porfirio Díaz. Murió en 1880. Su tumba se encuentra abandonada. Cerca está la del ex secretario de Hacienda de Don Porfirio, el también oaxaqueño Justo Benítez, aspirante a la presidencia en 1880 contra Manuel González.
La tumba del laureado poeta Xavier Villaurrutia, fallecido en diciembre de 1950, se encuentra al subir una de las escalinatas del cerro. Se nota por su mensaje que dice: “Dicen que he muerto, no moriré jamás. ¡Estoy despierto!
Una de las tumbas célebres por la originalidad del epitafio: “Excelentísimo Señor General Antonio López de Santa Anna” (sic), sepultado allí el 21 de junio de 1876, y la “serenísma” (sic) Sora Dolores Tosta de Santa Anna, sepultada junto a él en agosto 11 de 1886. El sepulcro es de granito con seis antorchas invertidas de metal que “conmemoran el momento en que Tanato, el genio de la muerte, ciega una vida” y dice la inscripción: “El arquitecto académico al cual la señora Tosta le encargó la tumba la quería en forma de una estela de buen gusto porque evocaba los monumentos funerarios de la Roma antigua con las seis antorchas invertidas” unidas con cadenas de hierro. El guardia cuenta que, por varios años, un personaje de los medios de comunicación llegaba puntualmente a la tumba a proferir maldiciones contra Santa Anna y a orinarse en ella.
En el panteón del Tepeyac descansaron durante 73 años los restos del Sonorense ex presidente de la República —que nunca cobró sueldo— Félix María Zuloaga Trillo; desde el 12 de febrero de 1898 cuando fue sepultado, hasta el 27 de febrero de 1971 cuando fue exhumado para ser colocado en el área de nichos de la Basílica antigua. El lugar donde estuvo su tumba, al poniente del panteón a 15 metros de la barda y a 90 de la entrada principal, está cubierto por una extensa vegetación donde domina una enredadera pegada al suelo llamada rocío.
A la tumba -modesta y sin mayores pretensiones- de granito, piedra y bloques de cemento le arrancaron las placas que seguramente lo identificaban como ex presidente, y se observa que cuando exhumaron los restos, se rellenó el espacio con piedra volcánica. Se ve la vieja cruz quebrada y tirada sobre la superficie de la tumba, la piañita que sostenía la cruz luce también rota y solo queda el pedazo oxidado del tornillo que la sostenía. Un viejo árbol de bugambilia en flor color morado se niega a caer y luce encorvado sobre la tumba entre nardos, lilis, malbón, lirios y una diversidad de pinos de todos colores y tamaños.
La esposa de Félix Zuloaga, María de la Gracia Felipa Palafox Garibi —activa filántropa y militante religiosa—, con quién estuvo casado 47 años, fue sepultada en 1889 inicialmente en el Panteón Francés, y trasladada después a la iglesia de la Santa Veracruz, ubicada en la avenida Reforma, al lado de sus dos hijos Manuel Gregorio e Ignacio Félix Francisco de Paula Zuloaga Palafox, muertos a los 16 años el primero y a los 6 el segundo. Sólo se les logró la segunda hija, Elena María, casada en 1872 con Jesús Bejarano Verduzco. Manuel José de Zuloaga y Orendáin -hijo de Tomás de Zuloaga y María Josefa Orendáin- y su esposa Mariana Trillo y Muñoz de Olvera vieron nacer a su hijo Félix en Álamos Sonora, el 31 de marzo de 1813, en la casa -entre Alberto Gutiérrez y la antigua hoy calle Comercio “Los altos de Bojórquez”- que originalmente perteneció a Luciano Bojórquez.
Félix fue el cuarto hijo; después de Luis, Petra y Manuela, y antes de Concepción y Tomás. La familia se mezcló con los apellidos Anchondo, Prieto, Álvarez, Palafox, Luján, Azúnzolo, Bermúdez, Baranda, Muller, Creel Terrazas y Burns, entre otros. Aparecen en el negocio minero los hermanos Zuloaga, como socios de la Minera de Corralitos y el Barranco Colorado, del cantón Galeana, en el estado de Chihuahua, a donde habían emigrado desde 1816, cuando Félix tenía 3 años de edad.
Félix estudió en el seminario de la Ciudad de México y posteriormente realizó estudios de ingeniería. En 1834 recibió el nombramiento de teniente de guardia nacional. En 1836 fue nombrado teniente de ingenieros. Ascendió a capitán en 1841 y a teniente coronel en 1843. Participó activamente en la defensa del país en contra de la invasión norteamericana dirigiendo la fortificación de Monterrey. Fue regidor y alcalde constitucional de Chihuahua. En 1854 combatió la Revolución de Ayutla y en diciembre de 1857 proclamó el Plan de Tacubaya en el gobierno y con el apoyo del presidente Ignacio Comonfort.
Zuloaga fue presidente de la República en dos ocasiones: la primera del 23 de enero al 24 diciembre de 1858 y la segunda del 24 de enero al 2 de febrero de 1859. Tuvo oportunidad de una tercera ocasión por decreto del 9 de mayo de 1860, pero no la asumió. El gobierno de los Estados Unidos le hizo una oferta de compra de los estados de Sinaloa, Sonora, Chihuahua y Baja California, pero Zuloaga la rechazó de inmediato y el gobierno norteamericano lo desconoció.
Dice Cruz Barney: “El movimiento de Zuloaga representó la reacción de una parte muy importante de la sociedad mexicana que no estaba de acuerdo con las reformas planteadas por el grupo liberal. Un enfrentamiento entre dos formas de concebir las relaciones sociales, políticas y económicas” […] “En materia de justicia la tarea del gobierno de Zuloaga fue grande”.
En 1861 lo quisieron culpar de la muerte de Melchor Ocampo. Al final, la historia demostraría que el verdadero culpable fue Leonardo Márquez.
En su gobierno, quiso convocar a un Congreso Constituyente, restableció la Nacional y Pontificia Universidad de México, reconstituyó la Suprema Corte de Justicia y decretó la creación de un Concejo de Gobierno, encargado entre otras cosas de formar la ley orgánica de la República.
Zuloaga y su familia se exiliaron en Cuba de 1865 a 1871. Regresaron protegidos por la amnistía decretada por Juárez.
Se retiró de la política mexicana y los últimos años de su vida —quizá influenciado por la experiencia cubana— se dedicó a cultivar tabaco y a venderlo en su propio estanquillo, ubicado en el centro de la Ciudad de México en la antigua calle de Plateros. ¿Un ex presidente de la República dedicado a la venta de cigarros, puros y tabaco en rama? Pues sí. Sin pensión militar alguna y ubicado como uno de los perdedores de la historia (en la Reforma) de algo tenía que vivir.
Así fue Félix Zuloaga, quien murió a los 85 años, aquél que cuando sus padres se lo llevaron de Álamos a Chihuahua a la edad de tres años y que quisieron para él lo mejor en educación y formación, llegó a la Presidencia después de abrazar la causa liberal.
Decía en 1858: “Cuando se hace callar la razón, los hechos hablan, y cuando se destruyen todos los intereses y se conculcan todos los sistemas y todos los principios, hay dos cosas que permanecen en pie y que nos juzgan a todos: la verdad y la justicia”. Al final de la historia, al acudir a la oficina de registro de los nichos en la nueva Basílica de Guadalupe, la encargada buscó varias veces el nombre de Félix Zuloaga y no lo encontró. Dice que “Quizá no lo han dado de alta porque la Basílica vieja dejó de operar en 1976”, y “los registros aquí aparecen desde 1977”. Para colmo, la placa que había instalado el ayuntamiento de Álamos (2013) señalando la casa donde nació Zuloaga en 1813, conmemorando los 200 años de su nacimiento, fue retirada —dicen que por la nueva dueña—sin motivo alguno. Pena ajena.
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