Olor a Dinero
Por: Feliciano J. Espriella
Jueves 3 de julio de 2025
El regreso del ‘Dr. Muerte’
A raíz del inesperado nombramiento de Hugo López-Gatell en el nuevo gobierno, resurge el coro indignado de opinadores y críticos que no perdonan su protagonismo durante la pandemia. Pero ¿realmente se le puede culpar en solitario por la tragedia? Esta columna responde a quienes insisten en convertirlo en el chivo expiatorio de un desastre anunciado.
Rara vez escribo segundas partes sin advertencia previa, pero esta vez hago una excepción por respeto a varios lectores que, tras mi columna de ayer, se tomaron la molestia de escribirme —la mayoría por WhatsApp— para expresar su desacuerdo con mi postura sobre el Dr. Hugo López-Gatell y su papel durante la pandemia de COVID-19.
Resumiendo, sus argumentos sostienen dos ideas fundamentales: 1) que los efectos de la pandemia en México fueron catastróficos, y 2) que la responsabilidad recae directamente sobre López-Gatell, por haber encabezado —según ellos— una estrategia sanitaria fallida. Puedo comprender el enojo y el dolor detrás de tales afirmaciones, pero discrepo profundamente del juicio simplista que muchos repiten con el mismo automatismo con que comparten memes de dudosa procedencia.
En cuanto al primer punto, no tengo objeción: sí, las consecuencias fueron graves. México sufrió un número inaceptable de muertes y un colapso hospitalario en múltiples regiones. Pero esto no significa, ni remotamente, que la culpa deba recaer exclusivamente en quien dirigió la estrategia para combatirla y estuvo al frente de las conferencias vespertinas.
El país ya venía arrastrando décadas de abandono en materia de salud pública. ¿O es que acaso se nos olvidó que antes del 2018 ya había hospitales sin medicinas, clínicas sin médicos, y millones sin acceso a atención básica?
El sistema de salud que heredó la actual administración estaba colapsado de origen: una red hospitalaria en ruinas, cientos de unidades médicas cerradas o inoperantes, escasez crónica de personal sanitario, y una ciudadanía que lidera los rankings globales en obesidad, diabetes e hipertensión. Si a ese coctel le añadimos un virus desconocido, de altísima transmisibilidad y mortalidad, es obvio que cualquier gobierno del mundo habría enfrentado dificultades mayúsculas. Muchos lo hicieron, incluso con sistemas mucho más robustos.
Pero en México, el juego político nunca descansa. Desde el primer día, López-Gatell se convirtió en el villano favorito de la “comentocracia” y sus patrocinadores. Lo ridiculizaron, lo insultaron, lo caricaturizaron como el “Dr. Muerte”. No les interesaba debatir datos ni estrategias; querían su cabeza. Querían lincharlo mediáticamente para que el golpe llegara hasta Palacio Nacional. Y no les faltaron aliados: medios, opinadores, columnistas de ocasión y uno que otro exsecretario reciclado.
Sin embargo, pese a todo ese ruido, López-Gatell mantuvo el tono y el temple. Noche tras noche, explicó, contestó preguntas, hizo llamados a la calma y al cuidado. Muchos encontraron en su figura una suerte de guía racional en medio del caos. Por supuesto que cometió errores —¿quién no los cometió en una emergencia sin precedentes? —, pero convertirlo en chivo expiatorio nacional es no solo injusto, sino cínico.
Y es aquí donde reaparece el ratón de la fábula. Porque el estruendo de ayer —vociferante, airado, indignado— resurgió con fuerza cuando se anunció su reciente nombramiento en el nuevo gobierno. Los jilgueros de la derecha, que ya lo daban por muerto políticamente, estallaron de furia. Joaquín López-Dóriga, que lo había rebautizado como el “Dr. Muerte”, casi sufre una apoplejía al enterarse. Según crónicas no confirmadas, echaba espuma al aire mientras clamaba al cielo por la “vergüenza” que —según él— significaba ese nombramiento.
Es curioso cómo algunos de estos personajes creen que su aprobación es necesaria para validar una trayectoria profesional. López-Gatell, les guste o no, es un epidemiólogo con formación sólida, con reconocimientos internacionales, y con una base social que lo respalda. No estamos hablando de un improvisado, sino de un técnico con visión estratégica. Su lealtad al proyecto de transformación nacional no cancela su capacidad profesional; la refuerza.
Así que sí, el título de ayer —“Un nuevo Parto de los montes”— sigue siendo pertinente. Mucho ruido, muchas amenazas, mucho aspaviento, y al final… un nombramiento.
Ni el colapso institucional que anunciaban, ni el cataclismo democrático que profetizaban. Solo el retorno de un servidor público con méritos suficientes para volver.
Por hoy fue todo. Gracias por su atención, su crítica y su tolerancia. Hasta la próxima.