¿Qué tanto han aportado las alternancias?
Bulmaro Pacheco
Domingo 7 de abril de 2024
Se anunciaban como el gran acontecimiento político cuando empezaron a presentarse, primero a nivel municipal.
Se decía que las alternancias eran la solución para resolver los problemas de la gente, porque permitían que los opositores aplicaran al llegar al gobierno nuevas medidas, nuevas ideas y métodos diferentes para gobernar realidades complejas en todos los niveles.
Se generaron amplias expectativas políticas en torno a los cambios ocurridos en el nivel municipal —primero—, creyendo que con eso se iniciaba una nueva etapa política en México… y así fue.
Las alternancias se iniciaron antes de la gran reforma constitucional municipal de 1983 impulsada por el presidente Miguel de la Madrid, en la cual se les dio forma a las facultades de los municipios y se consolidó la representación proporcional en la elección de ayuntamientos. Los partidos políticos se dieron cuenta de que el nivel municipal era el que más le interesaba a los ciudadanos; era el que mayores niveles de participación política experimentaba en cada proceso electoral.
Las razones, obvias: Se trata del nivel de gobierno más cercano a los intereses y aspiraciones de los ciudadanos, con el que pueden dialogar sin muchos trámites, y el más cercano a la solución de problemas concretos como la seguridad, el abasto de agua o la recolección de basura, entre otros. Al presidente municipal lo pueden despertar los vecinos a la hora que quieran y obligarlo a atender no solo problemas de corte municipal sino urgencias familiares y personales, dado el nivel de conocimiento de la población sobre la autoridad en turno.
Y en eso el pluripartidismo contribuyó notablemente también a ampliar la representación, combatir los cacicazgos y enriquecer el debate sobre los problemas municipales con diversas opiniones, y no solo el punto de vista del grupo político dominante.
Por eso no fue casual que las primeras alternancias se dieran en el nivel municipal, 42 años antes de la alternancia en estados (Baja California) y 53 antes de la alternancia presidencial en el 2000. Debieron pasar 80 años para que un Presidente no tuviera mayorías legislativas (1917-1997).
Las primeras alternancias en el nivel municipal se dieron con el PAN desde 1947-48. Municipios en Michoacán, Jalisco, Durango, Chihuahua, Nuevo León y Oaxaca, entre otros, empezaron a experimentar los cambios políticos y a desafiar al partido hegemónico de entonces.
También candidatos independientes se lanzaban por su cuenta —y ganaban— desafiando a los partidos y sus candidatos, como ocurrió en Hermosillo con un candidato independiente (1946, Roberto Romero) y en en Bacadéhuachi (1967, Leoncio Valencia) cuando la figura de las candidaturas independientes no aparecía todavía en las leyes electorales, pero sí en el interés de la población.
La alternancia en las capitales de los Estados empezó en 1967 con Hermosillo y Mérida. Conforme se fueron creando más partidos políticos, las alternancias se fueron ampliando a nuevas ideas, otros grupos de poder y otras corrientes de pensamiento.
No solo dominaron ya el PRI y el PAN, sino que aparecieron partidos como el PRD, Convergencia (Movimiento Ciudadano) y Morena, que se sumaron al incremento de las alternancias en estados y municipios. Algunos han sido gobernados en varias ocasiones hasta por cinco partidos distintos, en esa permanente búsqueda de los ciudadanos por una mejor calidad de su representación popular.
Por eso ante la inquietud manifiesta de si las alternancias políticas en México —en los distintos niveles— llegaron para quedarse, la respuesta es que sí; pero han disminuido las expectativas sociales acerca de su eficacia y su capacidad real para resolver problemas. Hay varias razones:
Las alternancias han reeditado deformaciones de prácticas políticas y administrativas que durante años les sirvieron de bandera de lucha cuando eran oposición. El nepotismo es el mejor ejemplo.
La petrificación de los mismos de siempre en los cargos municipales y en los congresos, otro ejemplo, por el veto que ha significado para la participación de las nuevas generaciones, algo que no sucedió en los gobiernos que promovieron la movilidad.
Muchas autoridades municipales han considerado que sus parientes son los mejores aliados para gobernar en equipo, y así lo han fomentado. Por eso ha sido muy común observar administraciones públicas abarrotadas con parientes, sin ningún recato ni prurito, y exhibiendo enormes debilidades de las autoridades municipales que ofrecieron un cambio.
Tampoco las alternancias se han caracterizado por disminuir la corrupción en el manejo de los asuntos públicos. Por el contrario, la corrupción se ha disparado, y los propios familiares de las autoridades municipales han sido señalados en desvíos de recursos dentro de las áreas administrativas en materia de compras y pseudo licitaciones. También en las designaciones de personal o de las plazas hereditarias en diversos niveles, como lo demuestran los casos de Zacatecas y Guerrero; los casos más emblemáticos de retroceso —político caciquil— y los más representativos del verdadero cambio prometido por las alternancias.
Antes eran los caciques y los grupos de poder los dominantes a los que había que combatir. Ahora—y en muchos casos— son los que económicamente sostienen a los partidos los que deciden.
El otro problema en las alternancias es el de la cooptación de las autoridades municipales y las policiacas por parte de la delincuencia organizada: ¿Cuánto del territorio nacional ha sido copado por la delincuencia organizada y cuántos de los 2,412 municipios de México operan condicionados e infiltrados por dichas fuerzas?
Hay elementos, como el asesinato frecuente de candidatos a las alcaldías, que revelan que algo anda mal es esos municipios y estados. También está la queja recurrente de productores, transportistas y empresarios de algunas entidades como Michoacán, Estado de México y Guerrero, acerca del cobro de piso y extorsiones exigidas para que circulen sus mercancías, y esa crisis, en lugar de amainar se ha recrudecido.
Ya algunos gobernadores irresponsable y cínicamente han dicho que “Son cosas que pasan” o señalan que los candidatos “no deben comprometerse con grupos delincuenciales por los riesgos que asumen”. Pero los asesinatos de candidatos —municipales— de los diversos partidos siguen y se intensifican en tiempos electorales, donde no se descarta que algunos de ellos estén realmente comprometidos con otras fuerzas y no necesariamente con sus partidos políticos.
¿Culpa de las alternancias políticas? o ¿falla del sistema de seguridad pública que no le ha encontrado la cuadratura al círculo de la permanente tensión entre las libertades ciudadanas y el constante condicionamiento de los poderes de facto que se imponen al Estado y a sus autoridades?
En México no se ha querido reconocer el fenómeno en su impacto regional y geográfico, a pesar de que las autoridades estadounidenses hablan de un 30% del territorio nacional copado por la delincuencia.
La sociedad y los votantes en México esperan definiciones y respuestas, de cara a la elección del próximo 2 de junio, acerca del problema más acuciante que enfrentamos los mexicanos —desde 1917— (más que otras crisis que creíamos más graves) …La seguridad que ya está en la agenda de las campañas como la principal preocupación.
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