¿Y qué pasó aquí?
José Darío Arredondo López
Lunes 18 de marzo de 2024
“La manipulación mediática hace más daño que la bomba atómica, porque destruye los cerebros” (Noam Chomsky).
Comprender la situación actual puede ser una de las imposibilidades prácticas que enfrenta cualquier ciudadano medianamente informado, habida cuenta que la adicción al Facebook, X y la prensa “seria” pueden causar una fea enfermedad progresiva y mortal para las células cerebrales sin dejar de lado el hígado y el aparato digestivo.
Y es que la mente se empieza a formatear de manera antagónica con cualquier noción de supervivencia, al tragarse la densa sopa que los medios de comunicación sirven cada día en forma de “notas informativas” que echan por tierra cualquier idea de decencia, dignidad y sentido de la realidad y, lo más dramático, de identidad nacional.
Que un extranjero, sea hombre, mujer o quimera, nos venga a decir cómo debe ser la democracia y el proceso electoral, incluso por quién debemos votar, ya es el colmo y no por la simple presencia extranjera sino porque los patrocinadores de la visita y promotores visibles del discurso son ciudadanos mexicanos.
Puede ser una representante de la aristocracia española, el embajador del Tío Sam, un político, una personalidad intelectual o mediática europea o sudamericana quien se ponga a hablar acerca de lo que debe ser el rumbo de México, lo cual es el jodido colmo del abuso y la falta de respeto.
También lo es que, desde el gobierno gringo, español, francés o de cualquier otra nacionalidad, alguien se ponga a pontificar acerca de los milagros de adoptar su forma de entender la democracia, las inversiones, las finanzas o criticar la forma de torear chiles, de matar pulgas o de forrar curules o escaños mexicanos.
Pero, lo que más huele a cloaca es que las autoridades judiciales altas, medianas o bajas, se empeñan en servir de tapete a la impunidad de delincuentes de cuello blanco, gris o del color que sea, bailando un zapateado encima de la Constitución y las leyes que de ella emanan.
Así tenemos el otorgamiento de garantías a un violador de menores, a un delincuente fiscal, a un defraudador financiero, a un vivales que sangra el patrimonio nacional o que, tras la cobertura de alguna ONG o grupo de la “sociedad civil”, chupa dinero nacional o extranjero y sirve de medio de desestabilización política nacional.
Lo singular del asunto político-electoral actual es que se visibilizan mecanismos de redirección de los organismos autónomos en aras de cumplir una agenda contraria al interés nacional, operada y representada por personajes seducidos por el dólar, uncidos a la idea de “democracia” que promueve el departamento de Estado y las agencias de inteligencia que traman golpes de estado y defienden a capa y espada el “derecho” al aprovechamiento de los recursos ajenos, así como la colonización ideológica de las fuerzas autóctonas.
Como si fuera un laboratorio de ingeniería social, el país vive la intensidad de los gritos y sombrerazos en forma de marchas, plantones y portazos, aderezados con actos vandálicos y de violencia a nombre supuestamente de la paz, las libertades y, desde luego, la democracia, cuya andadura es magnificada por los medios corporativos de información.
Así que no faltan expresiones a voz en cuello que denuncian la represión, la dictadura y la ausencia de garantías para hablar, escribir o actuar mientras marchan, publican infundios y atacan libremente al gobierno en diversas formas, incluyendo el acordar medidas que nulifiquen judicialmente las reformas propuestas por el Poder Ejecutivo para el cumplimiento del proyecto por el que la mayoría votó en 2018.
Mientras, la prensa estira la liga de la libertad de expresión y de información y pinta de rojo el panorama nacional, acreditando los hechos violentos como factor determinante de inestabilidad y riesgo electoral en un contexto en el que todos van, vienen, viajan, escriben, hacen negocios y disfrutan de garantías plenas para su ejercicio profesional.
Pero tampoco falta el expresidente que, estando embarrado de sangre y corrupción, se da baños de pureza y convicción democrática y republicana mientras come de la mano de la monarquía española y la esperpéntica aristocracia y oligarquía franquista, criticando al gobierno del país que dejó. El olor a la podredumbre de aquí o del otro lado del Atlántico es, de cualquier manera, inconfundible.
Flota en el aire la pregunta de cómo un mexicano puede servir de instrumento para las maniobras desestabilizadoras de un poder extranjero, y cómo se protege a delincuentes desde el Poder Judicial y se permite la acción de mercenarios que “calientan la plaza” con el propósito de nulificar el proceso, o desacreditar el previsible resultado electoral, mientras se regodean con el supuesto avance en encuestas de una oposición que simplemente no levanta ni expectativas de triunfo ni garantía de progreso… aunque los prianistas y su candidata digan falazmente lo contrario.
Decir que López Obrador es comunista, dictador, represor, antidemocrático, incluso satánico y ateo, y que nos está convirtiendo en Cuba o Venezuela, es un hilo argumental tan delgado que no resiste el mínimo jalón de la realidad, a juzgar por los quejosos que hacen, dicen y gesticulan con total soltura e impunidad aún en actos de flagrante vandalismo y abuso de las libertades.
La mentira, el insulto y la agresión no califican como materiales de construcción de una nueva sociedad incluyente y democrática, por lo que ya va siendo tiempo de enterrar el cadáver putrefacto del neoliberalismo de guarache y la subordinación nopalera a poderes e intereses extranjeros. Ya basta.
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