Elecciones “de Estado”: 1976 y 2024
Bulmaro Pacheco
Domingo 7 de diciembre de 2024
El PAN no logró postular candidato en la elección presidencial de 1976. El entonces dirigente nacional José Ángel Conchello no pudo conciliar la lucha interna de facciones en el partido, y el candidato del PRI, PARM y PPS, José López Portillo, se fue solo como candidato y logró más del 90% de la votación.
El México de entonces contaba con 63 millones de habitantes y el padrón electoral registraba 26 millones de votantes; la Cámara de Diputados la integraban 196 de mayoría y 41 de los llamados “de partido”; la Cámara de Senadores contaba con 64 miembros, dos por cada entidad federativa y por el Distrito Federal; y las elecciones las manejaba el Gobierno a través de la Comisión Federal Electoral, que presidía el secretario de Gobernación, y en los estados actuaban las comisiones estatales electorales, casi siempre presididas por un funcionario estatal.
Esa elección marcó el desarrollo político de México.
Entrando al gobierno, el presidente José López Portillo ordenó al secretario de Gobernación Jesús Reyes Heroles consultar para instrumentar una reforma política de gran calado que, al tiempo que abriera la participación de las “minorías”, evitara en el futuro el ridículo político de participar con un solo candidato.
Fue así como en esa reforma de 1977, aplicada por primera vez en la elección de 1979, se crearon nuevos partidos políticos y se rediseñó la representación proporcional en la Cámara de Diputados y en los Congreso locales, después vendría para los ayuntamientos.
Para la elección de 1982 ya hubo tres candidatos presidenciales: Miguel de la Madrid (PRI), Pablo Emilio Madero (PAN) y por primera vez las izquierdas se unificaron con un candidato: Arnoldo Martínez Verdugo (PSUM).
La crisis política volvió a presentarse en el gobierno de De la Madrid: El PAN ganó en alcaldías del norte de la República, y el sismo de 1985 aceleró la politización de la Ciudad de México. Los procesos políticos ya no fueron cómo antes, y en 1988 se agudizó la crisis con la llamada “caída del sistema” en la elección de Carlos Salinas de Gortari contra Manuel Clouthier, Cuauhtémoc Cárdenas y Rosario Ibarra de Piedra.
La Comisión Federal Electoral era presidida por Manuel Bartlett, entonces secretario de Gobernación.
Esa crisis propició una nueva reforma política que dio lugar a la formación del IFE para gradualmente “ciudadanizar” los organismos electorales, quitándole el manejo del proceso electoral al Gobierno.
El sistema electoral avanzó con la creación del Tribunal Electoral, la evolución del IFE al INE, la reelección consecutiva de representantes populares, y la ampliación de la representación política —que alcanzó los gobiernos estatales— y la apertura del Senado, lo que desembocó en la primera alternancia presidencial en México con la victoria de Vicente Fox en el año 2000.
Para este 2024 se presenta de nuevo la amenaza de una elección “de Estado” como la de 1976. Hay muchas similitudes.
El presidente de la República —que llegó con la formación de su propio partido político— se volvió juez y parte para definir candidaturas en su partido, alentar oposiciones, debilitar al árbitro electoral y hacer campaña por sus propios candidatos.
Cuando todos pensaban que se iba a lograr un cambio, le dio por imitar a sus antecesores disfrazando el dedazo presidencial con la designación de sus preferidos a través del método de las encuestas a modo, una simulación a todo volumen.
Atacó personalmente a la aspirante a la candidatura presidencial del Frente por México Xóchitl Gálvez y alentó la candidatura presidencial de Samuel García del partido Movimiento Ciudadano. Además, ofreció —en tiempos electorales— incrementar los salarios mínimos, subir la pensión para adultos mayores a 6,000 pesos y ampliar la legalización de vehículos de procedencia extranjera en tiempos de campaña, todo un paquete para comprar votos.
Al tiempo que daba la batalla por controlar el INE, que al fin logró, también tuvo injerencia en la conducción del tribunal electoral, y por primera vez en 100 años designó directamente a una ministra de la Suprema Corte de Justicia, una militante radical de su partido y hermana del jefe de gobierno de la Ciudad de México. Todo en familia… muy al estilo de la 4T.
A pesar de los exhortos de la autoridad electoral, el presidente no acata las recomendaciones y sigue anunciando que la “Cuarta Transformación” seguirá en México mediante la renovación generacional, refiriéndose obviamente a la candidata de su partido Claudia Sheinbaum, que en 2024 cumplirá 62 años.
Está en marcha la gran maquinaria partidista de Morena encabezada por el presidente de la República, los 22 gobernadores de los estados morenistas y un gran número incalculable —no hay datos en ninguna parte acerca de cuántos son— de los llamados “siervos de la Nación” pagados por todos los mexicanos que a diario visitan domicilios para destacar los programas sociales de gobierno a manera de advertencia.
Los gobiernos estatales por su parte —todo parece indicar— se encargan de que luzcan los eventos de campaña de la candidata de Morena y que no les falte nada, incluidos los acarreos a eventos de pre campaña (por ahora).
No hay piso parejo; es obvio… y las campañas empezarán formalmente el 1 de marzo.
¿Que todo lo anterior se hacía también en el pasado y eso justifica que ahora también lo hagan sin pudor alguno?
No necesariamente. La crisis de 1976 seguida de la caída del sistema en 1988 y el asesinato del candidato Presidencial en 1994 mostraron los signos de agotamiento del régimen anterior que supo promover las reformas necesarias para ampliar la representación, procesar el conflicto y crear nuevas instituciones que garantizaran la estabilidad política. Eso se hizo con la participación de todas las fuerzas políticas de México en los gobiernos del PRI y el PAN con diálogo y comunicación con todas las fuerzas políticas sin escatimar tiempo.
Ahora no. El poder está centralizado y no hay diálogo con ninguna de las fuerzas políticas representadas en los partidos y en las Cámaras.
Todo, parte del poder presidencial que ordena no se le cambie “una coma” a sus proyectos legislativos, que nombra a personas sin el perfil adecuado para instituciones importantes y que busca eternizarse en el poder, sin mayor mérito que el de creer que están haciendo las cosas muy bien y asumiendo como—su propia verdad absoluta—, que realmente representan la Transformación de México en los últimos tiempos. ¿Tanto así? El votante tendrá la palabra.
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